LA FÁBULA DE LA MASCARILLA





Érase una vez una mascarilla solitaria y aburrida en su cama de plástico. Cada vez que abrían el armario movía sus gomitas y gritaba para que la cogiesen. A pesar de su situación y de los mensajes no halagüeños que recibía,  nunca perdió la esperanza en una vida mejor. Un día, después de varios meses, su constancia y su actitud ante la vida, se vio recompensada. Aupada por sus brazos y piernas, salió de su eterno confinamiento.
Era el mejor día de su vida, era tratada con la delicadeza de un bebé, el sol y el viento acariciaba su piel mientras sentía el agradable calor que despedía la boca y nariz de su compañera de viaje.
De repente, escucho un sollozo a lo lejos, era una hermana que se acercaba. Cuando se cruzaron, ella le pregunto a la compungida mascarilla, que le pasaba. Le explicó que la trataban mal porque no la daban calorcito con la nariz, o la arrugaban y la estiraban entera, poniéndola en la barbilla y en la cabeza. También tenía miedo de acabar pisoteada en el suelo.
La mascarilla se despidió con un sabor agridulce, y ya en casa se puso a reflexionar sobre su experiencia, concluyendo:
  • Que su objetivo vital no puede ser alcanzado sin el desarrollo adecuado, bajo criterios de responsabilidad, de su compañera humana.
  • Que la mala praxis individual daña a la supervivencia humana arrastrando al olvidó el sentimiento de colectivo y la irrefutable evidencia de que todas somos parte de un todo.
  • Que el ejército más grande imaginado de hermanas mascarillas no puede vencer al COVID 19 solo, es necesaria que se alisten otras especies.
Aclarando este último punto y basándome en un mínimo de sentido común, expongo que no es suficiente el esfuerzo de escribir una directiva o ley en el boletín oficial del estado para el uso obligatorio de mascarillas. Las personas que tienen la responsabilidad de gestionar la pandemia deben dotar de más recursos sin intercalar excusas en sus discursos. Lo fácil es prohibir y gobernar gastando el dinero de los demás, un ejemplo de mediocridad profesional.
  1. Hay que fortalecer el sistema sanitario porque estamos a mínimos entre las carencias endémicas de infraestructuras, pobreza heredada en recursos personales y materiales por la privatización y desinversión, periodos vacacionales, bajas por enfermedad, etc.
  2. Subvencionar el coste de las mascarillas para aquellas personas con recursos limitados. Gran parte de ellas, son personas mayores que a pesar de trabajar dos vidas, tienen una pensión incomprensiblemente miserable.
  3. Hacer muchos más test para anticiparnos a la expansión del COVID 19.
  4. Y aumentar el número de rastreadores y rastreadoras para minimizar el impacto de los contagios y acotar la dispersión.
Yo llevó mascarilla, estoy cumpliendo en esta guerra. No nos dejes en paños menores, con la que está cayendo, en medio del campo de batalla. 
¡Es tu turno, Estado!

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