IPC EN PANDEMIA

 

El Índice de  Precios al Consumo (IPC) es una métrica imperfecta, porque las cestas de bienes y servicios que lo componen se reajustan con una escasa periodicidad que no atiende a los cambios en un periodo de pandemia.

Por lo tanto, no es un indicador fiable,  dado que los productos y servicios contenidos en su cesta, en periodos de pandemia,  sufren decrementos  e  incrementos drasticos en sus precios, que no son recogidos correctamente por el IPC, deformando su resultado, y consecuentemente, perdiendo utilidad,  falseando  las actualizaciones  que se realizan con su uso.

Un ejemplo es:

Como resultado del confinamiento  hay menos desplazamientos, menos demanda de combustible, bajando el precio de forma drástica. En cambio, sube el precio de los alimentos frescos por un aumento de su demanda. Pero el efecto  atenuador del combustible hace  que el IPC  no refleje adecuadamente el incremento del coste de la vida.

Simplificándolo y aplicándolo a un ejemplo numérico, podríamos decir que si el combustible baja un 2% y los alimentos suben un 3%, el IPC quedaría en un 1 %. En realidad nuestro coste de vida ha subido un 3% porque no hemos usado combustible  al estar restringidos los movimientos. Perdiendo de nuevo poder adquisitivo.

Estás afirmaciones son avaladas por estudios internacionales basados en cestas construidas a partir de los hábitos que se reflejan en los movimientos de tarjetas de crédito y débito, dando como resultado una tasa de inflación tres veces superior a la expresada con el IPC oficial. Los bancos centrales de Reino Unido y Canadá reconocen este problema.

Dada la importancia del IPC como punto de referencia para todo, es necesario corregir y actualizar el indicador  con mayor frecuencia.

Algunos/as autores/as apelan al IPC subyacente cómo  herramienta qué solventaría este problema, pero tampoco sería un resultado realista porque al no tomar en cuenta  los productos energéticos y alimenticios,  provocaría una distorsión de la realidad en términos económicos.

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